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Luz Adriana Camargo es la nueva fiscal general

martes, marzo 12, 2024 Add Comment

La Corte Suprema de Justicia eligió a Luz Adriana Camargo como la nueva jefa de la Fiscalía General de la Nación. La elección ocurrió este martes 12 de marzo, luego de que renunciara Amelia Pérez a la terna que presentó el presidente Gustavo Petro en agosto pasado.

12 de marzo de 2024 - 10:55 a. m.



La Sala Plena de la Corte Suprema de Justicia finalmente eligió a la nueva fiscal general, quien reemplazará a Francisco Barbosa como líder del ente investigador. Luz Adriana Camargo fue elegida por los magistrados del alto tribunal, quienes —por primera vez en la historia— tuvieron que elegir dentro de una terna conformada completamente por mujeres.

Luz Adriana Camargo obtuvo 18 votos para hacerse con el cargo de fiscal general. Las votaciones arrancaron en diciembre del año pasado y este martes 12 de octubre, en una sala extraordinaria, la Sala Plena votó y eligió a esta penalista. La noticia se conoció en medio de la incertidumbre, pues solo horas antes de la votación, la candidata Amelia Pérez renunció a la terna.

Para la Corte, esa decisión de Pérez no representaba ninguna “interferencia o parálisis” al proceso de elección, pues para el momento de la elección todavía estaba en firme la terna presentada por el presidente Gustavo Petro en agosto del año pasado. En consecuencia, la Sala Plena votó y las cuentas quedaron así: la nueva fiscal obtuvo 18 votos; Ángela María Buitrago dos; y Amelia Pérez uno; mientras que el voto en blanco quedó en solo dos.

Desde ya se escuchan las voces en contra de la elección de la Corte Suprema. ¿La razón? Como Amelia Pérez renunció minutos antes de que comenzara la votación de este martes, no es claro si el alto tribunal eligió de un dúo de candidatas o de la terna que presentó el presidente Petro en agosto del año pasado. El lío radica en que, según el artículo 249 de la Constitución Política, es un requisito para elegir fiscal que la Suprema lo haga desde una terna. No de una lista de dos ni de más de tres.

Según el presidente de la Corte, el magistrado Gerson Chaverra, el alto tribunal está seguro que tomó una decisión que no va en contra de la Constitución ni de las reglas que debe seguir para este tipo de elección de altísimo nivel. “Cuando se adoptan decisiones como jueces, como el máximo tribunal de la jurisdicción ordinaria, en el ejercicio de la función electoral, lo hacemos con plena consciencia de que es una decisión absolutamente ajustada al derecho”, explicó el presidente de la Corte.

Gerson Chaverra agregó: “Luz Adriana Camargo nos muestra que es una persona que durante ocho años se desempeñó como magistrada auxiliar de la Corte Suprema de Justicia, en cuyo desempeño tuvo la oportunidad de trabajar lo relacionado con el recurso extraordinario de casación. También integró la comisión encargada de la investigación de la parapolítica y la comisión de investigación de procesos contra aforados constitucionales por delitos contra la administración de justicia. También se valoró la experiencia que tiene como fiscal, por más de ocho años”.

¿Quién es Luz Adriana Camargo, la nueva Fiscal General de la Nación?

Luz Adriana Camargo es abogada de la Universidad de la Sabana y cercana al ministro de Defensa, Iván Velázquez. Trabajaron juntos cuando él hacía parte de la Corte Suprema de Justicia. También fue magistrada auxiliar de la Sala de Casación Penal del alto tribunal.

Camargo hizo parte, junto al ahora ministro de Defensa, de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), de la cual él era el director y ella la jefa de investigación y litigio. En ese país, ambos adelantaron investigaciones contra funcionarios públicos que tenían que ver con casos de corrupción. Una de ellas tuvo que ver con el entramado de Odebrecht en Guatemala.

En Colombia, Camargo es reconocida por su trabajo como magistrada auxiliar de la Corte Suprema, donde investigó los vínculos entre distintos políticos con grupos paramilitares, en lo que se conoció como la parapolítica. Asimismo, participó de la investigación por corrupción que reveló la llamada Yidispolítica, en la que se condenó a algunos políticos como los exministros Diego Palacio y Sabas Pretelt por entregar coimas a la entonces congresista Yidis Medina y a Teodolindo Avendaño a cambio de votos en el Congreso para aprobar la reelección de Álvaro Uribe Vélez.

Durante su presentación ante la Sala Plena de la Corte el pasado 20 de noviembre, Camargo propuso fortalecer las rutas de atención de las víctimas, mejoras en la participación de los fiscales en el juicio, priorizar casos con enfoque territorial (fenómenos criminales que afectan a los lugares más afectados). Sobre este último punto, señaló que hay que fortalecer las seccionales de la Fiscalía General en las regiones para evitar que estos grupos de crimen multimodal avancen.

Para Camargo es clave centralizar información para poder cruzar datos y avanzar en investigaciones, a través de modelos de inteligencia artificial. “Es importante perfeccionar colaboraciones con otras agencias como ciberdelitos, ciberseguridad, análisis de ADN, que tienen agencias y gobiernos como el británico, chino, entre otros”, aseguró en ese entonces.

 El Espectador.

Escándalos, filtraciones y juegos de poder: la turbulenta relación de la DEA con México y López Obrador

lunes, febrero 26, 2024 Add Comment

Una nueva publicación sobre supuestos vínculos entre el narco y el círculo cercano del presidente vuelve a tensar la relación bilateral y, según los expertos, muestra una estrategia de ataque de la agencia antidrogas estadounidense contra el mandatario.



                                                                             Foto del Gobierno de Mexico 

     EL PAIS
El PERIODICO GLOBAL

“¿Con qué derecho investigan a un gobierno, legal, legítimamente constituido de un país independiente? ¿Hay acaso un gobierno del mundo? ¿Qué, no cada país es independiente y soberano?”. Esos fueron sólo algunos de los señalamientos que el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, lanzó a la Casa Blanca en su conferencia mañanera del pasado jueves. Para ese punto, el mandatario ya había dedicado más de una hora a destripar una solicitud de comentarios enviada por The New York Times, que indagaba sobre supuestos aportes del narco a su campaña de 2018. La fuente principal del reportaje era una investigación de la DEA (la agencia antinarcóticos de EE UU) que nunca llegó a convertirse en una acusación formal y las declaraciones de al menos tres informantes, que aseguraron que entregaron millones de dólares a miembros del círculo íntimo y a los hijos de López Obrador. “Antes los presidentes eran como empleados de gobiernos extranjeros, obedientes, afanositos, sumisos y se malacostumbraron a no respetar nuestra independencia, nuestra soberanía”, proclamó el mandatario..

“Al final, la investigación fue cerrada luego de que las autoridades estadounidenses reconocieron que podría provocar un conflicto diplomático con México. En gran parte, la decisión se tomó tras la reacción del Gobierno mexicano cuando Estados Unidos arrestó al general Salvador Cienfuegos en 2020″, se lee en el cuestionario que envió el diario estadounidense y que López Obrador reveló antes de que saliera la publicación. “O sea, nos tuvieron miedo, porque a México se le respeta. Todo eso es falso, completamente falso”, reprochó el presidente, visiblemente molesto. Se trataba de, al menos, la quinta publicación periodística en dos meses sobre vínculos del crimen organizado con sus colaboradores más cercanos.

A la sombra del escándalo mediático y de la polémica reacción del presidente, que detonó en una investigación de oficio por exponer los datos personales de la corresponsal del diario estadounidense en México, el episodio fue el último eslabón de una larga cadena de fricciones y desencuentros entre el Gobierno mexicano y las agencias de Estados Unidos que operan en México, en general, y la DEA, en particular. “La DEA es un dolor de cabeza en México. No es nuevo, viene de hace tiempo”, declaró el mismo jueves Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores durante los primeros cinco años de la Administración de López Obrador. El excanciller no dudó en calificar la última ola de filtraciones como “una venganza de la DEA” por las restricciones que se les han impuesto en el país latinoamericano y afirmó que “el objetivo es poner en entredicho la autoridad política del presidente de México”.

El diagnóstico de cuatro especialistas consultados por EL PAÍS no difiere, en líneas generales, de lo planteado por Ebrard. “Es un mensaje directo de la DEA a López Obrador”, afirma el analista político Leonardo Curzio. “Le están diciendo ‘a usted también lo queremos empapelar, sigue siendo usted un presidente muy poderoso y ahora no podemos, pero ahí le van los reportajes para recordar que usted es mortal, que dejará de ser presidente y que se cobrarán facturas”, zanja el académico del Centro de Investigaciones sobre América del Norte de la UNAM.

La historia de turbulencias entre López Obrador y la DEA pasa, de forma ineludible, por el caso Cienfuegos. Apenas minutos antes de que el secretario de Defensa de Enrique Peña Nieto fuera detenido en el aeropuerto de Los Ángeles, el entonces embajador de EE UU, Christopher Landau, se puso en contacto con Ebrard para notificarle que el arresto era cuestión de tiempo y que había un caso por narcotráfico contra el general “a partir de acusaciones de la DEA”. Así lo narra el presidente en su libro A la mitad del camino y lo corrobora un exfuncionario de Relaciones Exteriores. “Independientemente del fondo, no acepté de entrada el modo como nos lo informaron”, escribió López Obrador. “Le pedí al secretario de Relaciones Exteriores que transmitiera al más alto nivel, incluido el secretario de Estado y al procurador de ese país, mi molestia, como representante del Estado mexicano, por el trato recibido”.

“La primera reacción de Ebrard fue decir: ‘esperamos que tengan un caso, que tengan pruebas, porque si no va a haber problemas para la relación bilateral”, relata el exfuncionario, que habla a condición de que no se revele su nombre. El arresto fue el jueves 15 de octubre de 2020, dos semanas antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. Un día después, sin embargo, López Obrador dio crédito a las acusaciones contra Cienfuegos. “Esto es una muestra inequívoca de la descomposición del régimen, de cómo se fue degradando la función pública en el país durante el periodo neoliberal”, comentó.

Tras bambalinas, México pidió a EE UU revisar el expediente judicial y un equipo de la Cancillería se avocó durante ese fin de semana a revisar si, en efecto, “había un caso” contra el general. “Tres días después [Ebrard] me buscó para presentarme sus notas; las leí, le hice varias preguntas y llegué a la conclusión de que no existían pruebas de nada y que habían fabricado la acusación”, escribió el presidente, que a partir de ese momento cambió su discurso.

El viernes comparaba a Cienfuegos con Genaro García Luna, secretario de Seguridad Pública de Felipe Calderón y entonces detenido por narcotráfico en EE UU. El lunes pedía mesura: “No debe culparse a todas las Fuerzas Armadas y tenemos que cuidar a una institución tan importante como la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena)”. Para noviembre, Cienfuegos fue repatriado a México y en enero fue exonerado de los delitos que se le imputaban en Estados Unidos. El entonces fiscal general, William Barr, confesó en sus memorias que “el caso Cienfuegos no valía la pena como para echar por tierra cualquier perspectiva de una cooperación más amplia con los mexicanos”.

“De alguna forma, le hacen ver las implicaciones que esto tiene para el Ejército mexicano y para la continuidad de su propia política de seguridad, y recula”, comenta Curzio. Un año antes del arresto se había creado la Guardia Nacional, encomendada a la Sedena como la principal apuesta de este Gobierno en materia de Seguridad Pública. “Lo de Cienfuegos fue un madrazo”, cuenta el exfuncionario de Exteriores. “A partir de ese momento, la DEA se convirtió en un estorbo para la relación bilateral y se redujeron los espacios de cooperación”, agrega. En enero de 2021, entró en vigor una reforma a la Ley de Seguridad Nacional para regular las actividades de “agentes extranjeros” en México, obligarlos a entregar informes periódicos y someterlos a sanciones por “infringir las disposiciones legales que les prohíben ejercer funciones reservadas a las autoridades mexicanas”. El mensaje a la DEA se completó con el cierre en abril de una unidad de inteligencia de la agencia en Ciudad de México que funcionaba desde los años noventa.

“Para decirlo coloquialmente, les supo a cuerno quemado, es decir, del carajo”, zanja Curzio. Para el especialista, el timing del escándalo de Cienfuegos no fue una casualidad, a semanas de que los estadounidenses fueran a las urnas. “La DEA necesita un relato propio que le dé espacio político y presupuestal para justificar ante el Gobierno, el Congreso y la opinión pública de Estados Unidos por qué la lucha contra las drogas no ha mejorado”, agrega.

“El patrón de la DEA es que siempre se ha ido por la libre. Tenemos cuatro décadas en que arremete un día sí y el otro también contra el presidente de México. Nunca ha cambiado”, comenta Rafael Fernández de Castro, director del Centro de Estudios México – Estados Unidos de la Universidad de California en San Diego. La agencia llegó a México a mediados de los setenta, pero el punto de quiebre en su relación con las autoridades mexicanas fue en 1985 con la tortura y el asesinato del agente Enrique Kiki Camarena a manos del narco en Guadalajara. “A partir de ese momento, la DEA se va al monte, como las cabras y adopta una agenda casi feudal y personal con México, sin que estuviera necesariamente anclada en el resto de las prioridades de la política exterior de Estados Unidos”, señala Arturo Sarukhán, embajador de México en Estados Unidos durante el Gobierno de Calderón.

Sarukhán, sin embargo, considera que “López Obrador es el autor de su propio encontronazo con la DEA” al fulminar la Iniciativa Mérida, un acuerdo bilateral de cooperación en Seguridad firmado en esa Administración. “Lo que el presidente nunca entendió es que la Iniciativa Mérida no iba de financiamiento ni de intercambio de equipo o armamento, era una camisa de fuerza para las agencias estadounidenses”, comenta.

Desde su perspectiva, lo que hacía ese mecanismo era establecer un camino institucional para la colaboración entre ambos Gobiernos, ante la pléyade de intereses que marcan la relación bilateral: los de la DEA, los de la CIA, los del Pentágono, los del Departamento de Estado, los de la Embajada y los de sus propios homólogos mexicanos. México y Estados Unidos no son entes monolíticos, hay filias y fobias, hay desconfianza en instancias clave y hay cotos no resueltos que sirven como palancas de negociación y presión, coinciden los especialistas. Sarukhán advierte de que ahora ha vuelto “el desorden”. Fue así con Cienfuegos y fue así en esta última ola de filtraciones. “Son muestras de que la relación en Seguridad no está fluyendo y de que está reventada”, afirma el exembajador. “La cooperación es la que genera la confianza, no al revés”, agrega.

Paradójicamente, es esa complejidad que rodea a la relación bilateral la que la ha salvado, en buena parte. Explica también que López Obrador pueda desacreditar a la DEA en público o chocar con el secretario de Estado, Antony Blinken, y al mismo tiempo defender la buena relación que tiene con el Gobierno de Joe Biden. La otra parte tiene que ver con el contexto político de Estados Unidos. “La crisis migratoria ha sido una especie de criptonita para Biden”, señala Fernández de Castro. Mientras los demócratas tienen que explicar los entresijos de la crisis, los republicanos pueden simplificar el mensaje y convertirlo en un arma política. “La narrativa política de los republicanos ha sido impecable, su mensaje a los votantes conservadores es ‘nos están invadiendo”, agrega.

Sarukhán afirma que la línea del presidente de EE UU a las agencias gubernamentales respecto de México, un aliado clave en la contención de la inmigración, es clara: “No me encabronen a AMLO”. Fernández de Castro reafirma la idea: “Por eso, López Obrador se siente muy seguro de su relación con Biden”.

Pese a la salida de Donald Trump y a las profundas diferencias con su sucesor, hay dos prioridades de Estados Unidos que se han mantenido: migración y combate al tráfico de fentanilo. La apuesta de Biden por priorizar el control de fronteras afecta a quienes trabajan en la llamada guerra contra las drogas, la DEA, que ve en México un territorio crucial para sus operaciones. En febrero del año pasado, Anne Milgram, su directora, afirmó en el Congreso que es necesario que el Gobierno mexicano “haga más”. En julio, declaró que en territorio mexicano se produce fentanilo “en masa”. Y durante meses ha insistido en que las dos principales fuentes del fentanilo que mata a decenas de miles de personas cada año en ese país son el Cartel de Sinaloa y el Cartel Jalisco Nueva Generación. La Administración de López Obrador, que interpreta los señalamientos como presiones diplomáticas, se va al otro extremo e insiste en que en “México no se produce fentanilo”.

El estancamiento en Seguridad viene de años y fue patente durante el Gobierno de Peña Nieto, en el que las extradiciones de capos cayeron a mínimos. Fernández de Castro, asesor de Calderón para Estados Unidos, reconoce que no hubo tantos desacuerdos con las agencias de seguridad de Estados Unidos durante esa Administración porque la idea de que había que ir contra los líderes de las organizaciones criminales era una realidad aceptada en ambos lados de la frontera. Pero la idea de que Gobierno de México no controla de facto amplias partes de su territorio y de que hay infiltraciones del crimen organizado en los diferentes órdenes gubernamentales, aunque ha probado ser cierta, también ha sido instrumental para los reclamos estadounidenses, sobre todo en época de elecciones en EE UU. “Para ellos es absolutamente irrelevante si gobierna el PAN, el PRI o Morena, lo único que les importa es conseguir sus objetivos institucionales, que van más allá de los intereses del Gobierno en turno”, comenta Curzio.

El último choque se produce en la semana cuando se cumple un año de que se declarara culpable a García Luna en Nueva York. Entonces, miembros de la oposición mexicana se quejaron de la ausencia de pruebas documentales durante el juicio, que se sostuvo principalmente del testimonio de informantes. López Obrador aún usa el caso como una bandera política para tundir a sus adversarios, aunque ahora los papeles se han invertido: la oposición lo llama “narcopresidente” y el Gobierno exige pruebas materiales.

Sin embargo, el propio asunto del exsecretario de Calderón amenaza con volverse indigesto para el presidente, al dar credibilidad a las acusaciones fincadas en Estados Unidos. El caso contra Cienfuegos no llegó a los tribunales por presiones políticas, reconocidas por el propio fiscal general estadounidense, misma razón por la que no continuaron las pesquisas contra su círculo cercano, según The New York Times. En los hechos, la DEA ha seguido la pista de las tres últimas Administraciones en México, pese a la incomodidad y a los problemas que eso ha causado a los Gobiernos de Estados Unidos. Es un reflejo también de lo costoso que ha sido para México el fracaso de su propio sistema de justicia para desahogar esos casos y de que se sancionen en otro país, donde las reglas son completamente distintas.

Los hechos recientes exponen que “el tono muscular de la agenda bilateral es enormemente preocupante”, así como las condiciones con las que tendrán que navegar los próximos presidentes de México y Estados Unidos a partir del próximo año, de acuerdo con Sarukhán. “Todos los caminos de la campaña republicana pasan por la frontera con México, ya sea migración o fentanilo, en la narrativa republicana ese es el verdadero reto de seguridad nacional, no es China, no es Rusia, no es lo que pasa en Medio Oriente”, asegura el exembajador.

“Todos los elementos para un relato musculoso y confrontador, bajo la idea de que ‘México necesita que lo metan en orden’ y de que hay un ‘narcogobierno’ están servidos, habrá que ver”, comenta Curzio sobre un posible regreso de Trump. México irá a las urnas el próximo 2 de junio y Estados Unidos, el 5 de noviembre. “De ninguna manera, no pueden afectar, si es que estamos obligados a mantener buenas relaciones con el Gobierno de Estados Unidos”, dijo López Obrador mientras leía el cuestionario del periódico estadounidense. La denuncia de su hijo sobre la filtración de su teléfono, apenas dos días después de que él hiciera lo mismo, da cuenta de que el escándalo mediático está lejos de ser superado. Sobre si la investigación afecta la confianza entre ambos Gobiernos, el presidente dijo: “Eso el corrido lo dirá”.






El “agarrón” entre López Obrador y The New York Times: ¿qué pasó?

viernes, febrero 23, 2024 Add Comment

Dos periodistas del medio estadounidense The New York Times llevaron a cabo una investigación sobre presuntos nexos entre López Obrador y el narcotráfico, basada en pesquisas previas por parte de Estados Unidos. Esto generó molestia en el gobierno mexicano. ¿Qué fue lo que pasó?

23 de febrero de 2024 - 03:04 p. m.



Foto del Gobierno
 de México

Una investigación del medio estadounidense The New York Times causó molestias en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. En dos días se desarrolló una línea de tiempo que incluye la publicación de la información personal de una periodista, una supuesta investigación de Estados Unidos al presidente de México por nexos con el narcotráfico y la apertura de un caso por parte del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales mexicano contra el mandatario. Aquí le contamos qué pasó.

La investigación de Estados Unidos a López Obrador

Alan Feuer y Natalie Kitroeff, periodistas de The New York Times (NYT)iniciaron una investigación sobre posibles relaciones entre narcotraficantes y personas cercanas al presidente mexicano, cuando este ya se había posesionado en el cargo. Funcionarios estadounidenses habían indagado testimonios de estas reuniones y también de pagos de millones de dólares. Los grupos involucrados eran el Cártel de Sinaloa y el Cártel de los Zetas, que también habrían hecho pagos a la campaña electoral del 2018 del presidente de México.

De acuerdo con las fuentes que hablaron con investigadores estadounidenses, tras la victoria presidencial de López Obrador, uno de los fundadores del Cártel de los Zetas pagó 4 millones de dólares a dos aliados del mandatario con la esperanza de salir de prisión. Incluso, se creía que los cárteles tenían videos que exhibían a los hijos del presidente mientras recibían dinero del crimen organizado.

El cuestionario revelado

Como parte de las pesquisas, enviaron un cuestionario a la Presidencia mexicana. En él, Kitroeff explicaba que pudieron acceder a documentos y entrevistas en las que un informante contó a investigadores estadounidenses que “uno de los confidentes más cercanos del presidente” se reunió con Ismael Zambada, uno de los líderes del Cartel de Sinaloa, antes de las elecciones de 2018.

Antes de que la pieza periodística fuera publicada, López Obrador expuso la carta de la corresponsal, en la que estaba su número telefónico. De acuerdo con el mandatario, el reportaje era una represalia por las críticas que hizo contra el medio neoyorquino en una entrevista difundida esta semana con la periodista rusa Inna Afinogenova de Canal Red, la plataforma en YouTube del exlíder de Podemos, el español Pablo Iglesias.

“Es una vergüenza, no cabe duda de que este tipo de periodismo está en franca decadencia. Es un pasquín inmundo el New York Times”, señaló en su conferencia matutina.

NYT calificó de “táctica preocupante e inaceptable” la difusión de los datos personales de la corresponsal. A través de redes sociales, señaló: “Esta es una táctica preocupante e inaceptable por parte de un líder mundial en un momento en que las amenazas contra los periodistas van en aumento”.

“Hemos publicado el artículo en cuestión y respaldamos nuestro trabajo de reportería y a los periodistas que van en pos de la información a donde 

La respuesta de Estados Unidos

Esta no es la primera pieza periodística publicada sobre posibles reuniones entre el narcotráfico y el mandatario mexicano. En enero, Tim Golden, de ProPublica, publicó que la Agencia Antidrogas estadounidense (DEA) indagó una supuesta “evidencia sustancial” de que el Cártel de Sinaloa aportó 2 millones de dólares a la campaña presidencial de López Obrador en 2006.

El presidente ha acusado a agentes de la DEA y el Departamento de Estado de Estados Unidos de estar detrás de estas notas, que reconocen que las investigaciones concluyeron sin demostrar los nexos y se basaron, en su mayoría, en testimonios no comprobados de los mismos narcotraficantes.

“Siguen con la misma política de hace más de 200 años, la de [la doctrina] Monroe, la de ‘América para los americanos’, cuando es el tiempo de cambiar en todo. Esto que estamos hablando del problema de las drogas, a ver, ¿por qué no se van al fondo?”, remarcó ahora.

En esa conferencia matutina, AMLO dijo que Estados Unidos “va a tener que informar” sobre las pesquisas que se llevaron a cabo. En la misma investigación del NYT, se explica que la administración estadounidense “nunca abrió una investigación formal a López Obrador y los funcionarios que estaban haciendo la indagación al final la archivaron”.

John Kirby, el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, negó que hubiera una investigación en curso contra el presidente. En una rueda de prensa telefónica, aclaró que los dos países siguen colaborando, especialmente con la situación migratoria en la frontera compartida.

AMLO agradeció la respuesta de Estados Unidos y reiteró que esto no “va a afectar las relaciones” entre ambos países, que deben “tener una política de buena vecindad” porque son “los principales socios económicos y comerciales en el mundo”.

“Tenemos que actuar de manera responsable. Ah, ¿pero quedarnos callados? Nunca. Y que se entienda: México es un país independiente, libre, soberano, no somos colonia, no somos protectorado de ningún gobierno extranjero”, manifestó.

El mandatario atribuyó la investigación al hecho de que este 2024 ocurren elecciones presidenciales tanto en Estados Unidos como en México.

“Vienen las elecciones y tenemos que estar (alerta). ¡Qué casualidad de que ahora que hay elecciones aquí y que hay elecciones allá viene el premio Nobel del periodismo (Tim Golden, ganador del Pulitzer), dos veces premiado, a hacer un reportaje, y viene el New York Times! Ahora sí que ¿de parte de quién?”, declaró.

Una investigación en curso

El Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (Inai) abrió una investigación contra López Obrador por presuntamente violar la ley que impide exhibir información personal. A eso se suman las críticas de organizaciones como el Comité de Protección a Periodistas (CPJ), que coincidieron en el riesgo que esto representa en México, uno de los países con más asesinatos de comunicadores.

Este viernes, el presidente defendió haber divulgado el número de Kitroeff y advirtió que volvería a hacer algo así “cuando se trate de un asunto en donde está de por medio la dignidad del presidente de México. Por encima de la ley, está la autoridad moral y la autoridad política”.

“No exageren, si la compañera está preocupada porque se dio a conocer su teléfono, que cambie su teléfono, otro número, pero además es la representante de The New York Times”, expresó el mandatario en su conferencia matutina cuestionado por la reportera Jessica Zermeño, de Univision.

El gobernante mexicano acusó de hacer “periodismo faccioso” a medios internacionales como Univision, The New York Times, The Washington Post, Financial Times y The Wall Streel Journal.

Cronología de un crimen sin respuesta: todo sobre el asesinato de Guillermo Cano

domingo, febrero 11, 2024 Add Comment

Por primera vez en 37 años, el Estado reconocerá su responsabilidad en el magnicidio de Guillermo Cano Isaza, el director de El Espectador asesinado en 1986, así como el fracaso en la investigación y juzgamiento a los responsables. Un proceso judicial lleno de errores e impunidad que hoy sirve para hacer memoria y volver a creer en la justicia.

Jorge Cardona
09 de febrero de 2024 - 07:00 a.m.






A las 8 y 55 de la noche del miércoles 17 de diciembre de 1986 en la morgue de la Caja de Previsión Social, el juzgado 71 de instrucción criminal formalizó el acta del levantamiento del cadáver del director de El Espectador, Guillermo Cano Isaza. Trece impactos de bala causados por un sicario desde una motocicleta acabaron con su vida. El asesino huyó junto al conductor del vehículo por la avenida 68 hacia el norte. Al día siguiente, el director seccional de instrucción criminal Ricardo Villarraga Pérez ofició al juez 71 Andrés Enrique Montañez Muñoz, que otro funcionario judicial había sido encargado durante 30 días para realizar las averiguaciones del magnicidio del periodista. Así empezó a configurarse el expediente fallido.

El comisionado para adelantar la investigación fue el juez 60 de instrucción criminal ambulante Armando Rojas Haupt, un curtido funcionario instructor que emprendió las primeras pesquisas y obtuvo las primeras declaraciones de los familiares, colegas de confianza, empleados administrativos, de seguridad y testigos del momento en el que el sicario explotó la ventanilla izquierda de la camioneta Subaru de placas AG 5000, cuando Guillermo Cano salía del periódico. Esa información recaudada permitió concluir que lo sucedido estaba anunciado. “Salgo del periódico y no sé qué va a pasar”, le contestó Cano a la periodista Cecilia Orozco 24 horas antes, cuando le preguntó por la libertad de prensa en Colombia.

El impacto social provocado por el asesinato del director de El Espectador y el reclamo de los periodistas con una marcha del silencio sin antecedentes en el mundo, llevaron a las autoridades a improvisar una publicitada redada de narcos. En esa ofensiva judicial fue capturado Evaristo Porras Ardila, narcotraficante de Leticia (Amazonas), tristemente célebre porque fue el personaje que puso contra las cuerdas al ministro Rodrigo Lara Bonilla, cuando el funcionario la emprendió contra los mafiosos en el Congreso. Como el 16 de julio de ese mismo año 1986 había sido asesinado el corresponsal de El Espectador en Leticia, Roberto Camacho Prada, la pesquisa por el homicidio de Cano se desvió hacia una eventual conexión de casos.

Sin embargo, desde las primeras semanas de evolución del expediente, la familia Cano otorgó poder para que actuara como parte civil al abogado y periodista del diario, Héctor Giraldo Gálvez, quien además compartió con Guillermo Cano, Fabio Castillo y Luis de Castro, varios de los trabajos de la unidad investigativa. Inicialmente, con el juez 60, y después con la jueza 89 de instrucción criminal ambulante, Consuelo Sánchez Durán, encargada de las pesquisas a partir de una pista determinante: la matrícula de la motocicleta con la cual se perpetró el asesinato. Las placas de ese automotor condujeron a la investigadora al almacén donde había sido adquirida, y de esa manera fue identificado el asesino.

En contexto: El caso de Guillermo Cano que se embolató en la CIDH

Los testigos oculares del crimen de Guillermo Cano ratificaron que el individuo que las autoridades relacionaron con la motocicleta detectada, fue el mismo que le disparó al periodista. El problema es que cuando se intensificó la búsqueda de este sujeto, identificado como Álvaro García Saldarriaga, se verificó que semanas después del magnicidio de Cano, fue asesinado en Palmira (Valle) y su cuerpo apareció esposado a las orillas de un río. Ya era evidente la intención de borrar cualquier rastro de verdad y justicia. También era notoria la decisión del cartel de Medellín de impedir incluso que la memoria del periodista o la de El Espectador pudiera consolidarse en cualquier municipio de Antioquia.



El sábado 11 de abril de 1987, una carga de dinamita destruyó un monumento a Guillermo Cano Isaza erigido en el parque Simón Bolívar de Medellín, en memoria del periodista y en homenaje a los cien años de El Espectador cumplidos el 22 de marzo. En búsqueda de responsables la justicia constató que al menos dos asiduos acompañantes de García Saldarriaga, identificados por algunos testigos como sujetos vistos merodeando por las instalaciones del periódico, también fueron asesinados en una acción sistemática de silenciamiento de posibles delatores. La opción de la jueza Consuelo Sánchez fue buscar la trazabilidad del dinero con el que fue comprada la motocicleta que se usó para cometer el magnicidio.

En esa averiguación se pudo constatar que el cheque por tres millones y medio de pesos para adquirir la motocicleta fue entregado por Álvaro García Saldarriaga a su madre María Ofelia Saldarriaga, quien hizo la transacción, y los fondos provenían de la cuenta 005 21826 8 del Banco de Crédito y Comercio de Medellín, a nombre de Carlos Martínez Hernández. Un minucioso rastreo en la propia sucursal bancaria permitió establecer que el referido titular de la cuenta tenía autorizado a un tal Raúl Mejía para girar cheques, pero realmente quien movía altas sumas de dinero a través de esa cuenta, lo mismo que varios miembros de su familia, era el acaudalado comerciante y prestamista, Luis Carlos Molina Yepes.

Desde finales de 1987 y a lo largo de 1988, la jueza Consuelo Sánchez Durán y el abogado Héctor Giraldo Gálvez lograron importantes avances a partir de desencriptar el uso de la cuenta del Banco de Crédito y Comercio. Además de múltiples operaciones comerciales de Luis Carlos Molina Yepes y algunos miembros de su familia, aparecieron peculiares pagos. Por ejemplo, las mensualidades de arriendo de la habitación 708 del hotel Antaño, situado en Medellín, ocupada por Hernando Gaviria, director del periódico Medellín Cívico, promotor de las actividades políticas del ex representante a la Cámara por Antioquia, Pablo Escobar Gaviria.

Lea también: La saña de la mafia contra El Espectador

Uno de los propietarios del hotel resultó ser Gustavo Gaviria Rivero, primo y socio del capo del narcotráfico. En la pesquisa a quienes dieron referencias bancarias o tuvieron vínculos como cuentacorrentistas con Carlos Martínez Hernández y Luis Carlos Molina Yepes, aparecieron transacciones con Victoria Eugenia Henao de Escobar, esposa del jefe del cartel de Medellín; de su hermana Alba Marina Escobar de Gallego y de otros miembros de la familia del mafioso. La información recaudada permitió adelantar una inspección judicial a los libros de contabilidad del hotel Antaño que permitieron verificar su uso como centro de operaciones.

Luis Carlos Molina Yepes fue detenido en febrero de 1988 y sometido a una larga diligencia de indagatoria. El individuo interrogado ratificó su condición de negociante en bienes de propiedad raíz, cambio de moneda, importación de licores, acciones de empresas, terrenos rurales, transacciones de ganado y capitales invertidos en el Banco Ganadero. Al ser interrogado por sus vínculos con Gustavo Gaviria Rivero, aseguró que no lo veía desde cuatro años atrás, y que la razón para autorizar a terceros para la expedición de cheques desde la cuenta en el Banco de Crédito y Comercio, era una costumbre usual por motivos de confidencialidad y seguridad.

Cuando la investigación empezaba a develar la telaraña del magnicidio de Guillermo Cano, súbitamente Luis Carlos Molina Yepes se evadió de las autoridades. La dirección seccional del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) en Antioquia informó que el jueves 3 de marzo de 1988, hacia las 10:30 de la mañana, se fugó de esa dependencia. La jueza Consuelo Sánchez continuó sus pesquisas alrededor de la cuenta bancaria, y comparando el del caso Cano con los entramados de otros magnicidios, como el crimen de Rodrigo Lara en abril de 1984, del juez Tulio Manuel Castro en agosto de 1985 y del magistrado Hernando Baquero Borda en julio de 1986.

El 23 de agosto de 1988, la jueza 89 de instrucción criminal, Consuelo Sánchez Durán profirió resolución acusatoria contra Pablo Escobar Gaviria como autor intelectual del crimen de Guillermo Cano. La misma medida adoptó respecto de David Ricardo Prisco Lopera, Norvey de Jesús Alvarán Valencia y Jorge Argiro Tobón Olarte, en calidad de coautores del homicidio. La funcionaria judicial ordenó continuar la indagatoria a Luis Carlos Molina Yepes aunque le concedió el beneficio de la libertad provisional previo pago de una caución de ochenta salarios mínimos y la obligación de comparecer al juzgado, obligación que nunca cumplió.

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El resto de 1988 se fue en la interminable tarea del abogado Giraldo Gálvez de examinar nombre por nombre y cheque por cheque, los movimientos de la cuenta del Banco de Crédito y Comercio y de las cuentas relacionadas en otras instituciones crediticias. Para sorpresa de la jueza Consuelo Sánchez y del propio Giraldo, por los mismos días de su pesquisa, el juez 71 de instrucción criminal, Andrés Enrique Montañez, quien adelantó las primeras diligencias del caso Cano, incluyendo el levantamiento del cadáver, terminó investigado penalmente por validar el habeas corpus que permitió al narcotraficante Jorge Luis Ochoa fugarse de la cárcel de La Picota.

En medio de la guerra del terrorista Pablo Escobar Gaviria contra el Estado y la sociedad colombiana, pronto su cartel impune atacó al hombre que rastreaba sus pasos. El abogado Héctor Giraldo Gálvez, asesinado el 29 de marzo de 1989 cuando se desplazaba a los juzgados en espera de conocer el rumbo del expediente Cano. Un golpe mortal a la verdad y la justicia porque la familia desistió de buscarlas y concentró su acción en el trabajo periodístico en El Espectador, pese al exilio de los directores Juan Guillermo y Fernando Cano, hijos de Guillermo Cano; y del jefe de investigaciones, Fabio Castillo, quien publicó Los jinetes de la cocaína y abandonó el país.

Por apelación de los implicados, el proceso Cano terminó en el despacho del magistrado de la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá, Carlos Valencia García, quien confirmó la acción de la justicia contra Escobar Gaviria y sus secuaces. El 16 de agosto de 1989 fue asesinado a pocas cuadras de su despacho en el centro de Bogotá y apenas minutos después de formalizar su medida. La rama judicial paralizó sus actividades, pero esos eran días de narcoterrorismo. A las 48 horas fue asesinado en Medellín el comandante de la Policía de Antioquia, coronel Valdemar Franklin Quintero; y en Soacha (Cundinamarca), el virtual presidente de Colombia, Luis Carlos Galán Sarmiento.

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Dos semanas después, a las 6:43 minutos de la mañana del sábado 2 de septiembre de 1989, un camión cargado con dinamita fue explotado contra las instalaciones de El Espectador. Por la hora, la detonación no dejó víctimas mortales, pero sí heridas a 73 personas y destrozos en la edificación y varios inmuebles a la redonda. Con la imagen de la sala de redacción convertida en un reguero de vidrios, trozos de metal, máquinas destruidas y papeles sin dueño, al día siguiente el periódico puso en manos de los lectores una edición extraordinaria de 16 páginas con un título que se convirtió en una consigna para enfrentar al terrorismo: “¡Seguimos adelante!”.

Un mes después, en la mañana del 10 de octubre, con diferencia de minutos, fueron asesinados en Medellín, Marta Luz López y Miguel Soler, gerentes administrativo y de circulación de El Espectador en Medellín. La orden de los extraditables era que el periódico no debía circular en ningún lugar de Antioquia. Esa misma semana detonaron un carro bomba contra el periódico Vanguardia Liberal en Bucaramanga con cuatro víctimas. Hernando Tavera, otro funcionario administrativo de El Espectador en Medellín, también se sumó a la lista de los asesinados por la saña de la mafia contra en periódico de Guillermo Cano, su familia, sus colegas y su memoria.

Al año siguiente, cuando el gobierno Gaviria cambió la tónica de la guerra abierta de la era Barco, en noviembre de 1990, con intervención del fiscal 29 superior Ismael Pulido, comenzó la etapa de juicio del caso Cano sin procesados mayores. Se ratificó que fue un homicidio doloso en modalidad de agravado, pero en medio del laberinto en el que se convirtió el expediente en cuatro años, terminó acumulado a una causa paralela: el proceso por el asesinato del magistrado de la Corte Suprema de Justicia, Hernando Baquero Borda, uno de sus escoltas y un transeúnte, ocurrido el 31 de julio de 1986 en Bogotá, cinco meses antes del asesinato de Guillermo Cano.

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Por información cruzada entre despachos judiciales se concluyeron vínculos del procesado Castor Emilio Montoya Peláez en ambos actos criminales, y se decidió acumular los dos expedientes en uno, mientras seguía dando vueltas entre Bogotá y Medellín. Fue la época en que el gobierno Gaviria expidió el decreto 2790 de 1990 que creó la justicia sin rostro como fórmula extrema para que no siguieran matando a los jueces; y también puso en marcha la política de sometimiento a la justicia que a través de decretos de Estado de Sitio permitió a muchos narcos saldar sus cuentas con penas laxas, y a Escobar Gaviria recluirse en la cárcel de La Catedral para seguir delinquiendo.

En una dinámica de aceptación masiva de cargos por parte de los beneficiarios de la política de sometimiento, más de uno de los secuaces de Escobar aceptó el asesinato como un desafuero más. El locuaz Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias “Popeye”, declaró que matar a Guillermo Cano fue una vuelta muy sencilla. “No se necesitaba nada, salía todos los días a la misma hora del diario El Espectador, andaba en un carro Subaru que no era blindado, siempre sin escoltas y él manejaba”. Carlos Mario Alzate Urquijo, conocido como “El Arete”, ratificó que el atentado contra el periódico se hizo en atención al odio que abrigaba Pablo Escobar contra el diario de los Cano.

Entre esas causas acumuladas se mimetizó la impunidad y la opción de la justicia se fue desvaneciendo sin opción. A mediados de 1992, el expediente Cano fue trasladado a Medellín, al despacho de la fiscal sin rostro, Myriam Rocío Vélez. Por esos mismos días, Pablo Escobar Gaviria se fugó de la cárcel de La Catedral con sus lugartenientes y recobró su accionar terrorista. El 18 de septiembre la fiscal fue asesinada junto a sus dos escoltas. Otro crimen ligado a la misma cadena homicida y un revés más en el proceso por el magnicidio del director de El Espectador, la bomba contra sus instalaciones y el rosario de asesinatos para ahogar la justicia y tapar la verdad.

Nueve años después de la muerte de Guillermo Cano, el juzgado 73 penal del circuito de Bogotá dictó sentencia. Ni Pablo Escobar, ni sus socios o sus secuaces fueron condenados. Ni siquiera, citados en el documento de 64 páginas. La que resultó sentenciada por homicidio agravado fue María Ofelia Saldarriaga, madre del sicario Álvaro García Saldarriaga, a 16 años de prisión. La jueza Merley Pulido de Barros concluyó que fue responsable de los actos de colaboración a su hijo. También fueron condenados a la misma pena Luis Carlos Molina Yepes y Carlos Martínez Hernández, por el manejo de la cuenta desde la cual salió el dinero para pagar la motocicleta del asesinato.

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Los particulares Pablo Enrique Zamora Rodríguez, Víctor Manuel Vásquez Pérez y Castor Emilio Montoya Peláez, terminaron condenados en la misma sentencia por la acumulación del proceso de Guillermo Cano y el expediente por el asesinato del magistrado de la Corte Suprema, Hernando Baquero Borda. Esta sentencia del juzgado 73 penal del circuito fue apelada y pasó a la Sala Penal del Tribunal Superior de Bogotá. En segunda instancia, María Ofelia Saldarriaga y Carlos Martínez Hernández fueron absueltos, se convalidaron las órdenes en el caso Baquero Borda y tres magistrados reiteraron la vigencia de la orden de captura contra Luis Carlos Molina Yepes.

La decisión se produjo el 30 de julio de 1996 con nulas posibilidades de continuar en casación ante la Corte Suprema de Justicia. Entonces intervino la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que a través de una carta al presidente Ernesto Samper le solicitó formalmente que mediara ante las autoridades judiciales y al menos Luis Carlos Molina Yepes fuera recapturado. A los pocos días, el 19 de febrero de 1997, la Policía lo detuvo en un conocido restaurante del norte de Bogotá. El gobierno Samper lo exaltó como un reconfortante acierto de la justicia y por algún tiempo volvieron a relucir los nombres de los clientes y beneficiarios de su cuenta corriente.

En la época ya Jhon Jairo Velásquez, alias “Popeye” se había convertido en testigo estelar de la justicia y asiduo invitado de los medios de comunicación para descrestar con sus memorias criminales. Respecto a Luis Carlos Molina dijo a la Fiscalía que lo conoció por lo menos desde el año 1985, porque cuando él o sus compañeros de andanzas tenían que cambiar dólares y él tenía su cuenta abierta. “Él cambiaba los cheques, y si eran para cuatro o cinco días, cobraba el 1% cada día”. Como Molina Yepes sabía quién era “Popeye” y demás sicarios, siempre recalcaba: “No me vayan a traer cheques con problemas porque me dañan la vida. Yo les colaboro, pero no me perjudiquen”.

Ante la captura de Luis Carlos Molina y la confusa perspectiva de justicia, al día siguiente la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) decidió presentar el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Los entonces directivos de la SIP, David Lawrence, presidente del periódico The Miami Herald, y Luis Gabriel Cano, hermano de Guillermo Cano, presentaron un documento de 1.966 páginas con la secuencia completa de impunidad, incluso desde antes del 17 de diciembre de 1986. Los denunciantes pidieron a la CIDH protección de los derechos a la vida, a la justicia y a la libertad de expresión, basados en un inventario de errores crasos.

“Destitución de jueces por soborno; amenazas contra magistrados; asesinato de investigadores, jueces y periodistas; falta de investigación sobre casos de negligencia e impericia judicial, infiltración en la justicia de personas del cartel de Medellín que se apoderaron de vital información”. Resultó tan contundente el reclamo de los directivos de la SIP, que a las dos semanas, el 4 de marzo de 1997, la CIDH abrió el caso y notificó al Estado para que respondiera. Lo hizo la Cancillería del gobierno Samper calificando el caso como inadmisible, desde la perspectiva de que en el asesinato de Guillermo Cano no había ningún funcionario estatal comprometido.

La SIP respondió al Estado que, contrario a lo expuesto, el caso Guillermo Cano era “un proceso plagado de irregularidades”. La organización internacional cuestionó casi diez años de Luis Carlos Molina Yepes viviendo a sus anchas en Medellín desde que se fugó de las oficinas del DAS en 1988; y recordó que el asesinato del director de El Espectador fue el comienzo de una ola de violencia contra la libertad de prensa, con un mensaje de rampante impunidad ante cualquier intento periodístico de crítica al narcotráfico. La SIP le reclamó al expresidente César Gaviria que su política de sometimiento a la justicia no hubiera contemplado una mínima reparación a las víctimas.

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El Estado contestó las observaciones de la SIP hasta agosto de 2000, ya en tiempos de la administración de Andrés Pastrana. Su argumento central fue que las decisiones de la justicia en el caso Cano habían sido tomadas en derecho, y que el gobierno no podía interferir el principio de la separación de los poderes públicos. Respecto a los ataques sistemáticos contra El Espectador, concluyó que para la evaluación del caso Cano debían separarse y no correspondía a la comisión analizarlas. El documento fue notificado por el representante de Colombia ante la OEA, Luis Alfredo Ramos, quien insistió en que ya los recursos legales internos estaban agotados con resultados concretos.

A principios de 2001, ante los argumentos del caso y su importancia para la libertad de expresión en Colombia, la CIDH planteó a las partes acordar una solución amistosa. El entonces coordinador de la libertad de prensa de la SIP, Ricardo Trotti, la consideró una medida “inapropiada e improcedente”. Tres días después de esta réplica, el 23 de febrero de 2001, con un texto de 21 páginas, los comisionados Claudio Grossman, Juan E. Méndez, Marta Altolaguirre, Robert Goldman, Peter Laurie, Helio Bicudo y Julio Prado Vallejo, concluyeron que, en el caso Cano, el Estado fue responsable por la violación de los derechos a la vida, el acceso a la justicia y la libertad de expresión.

Cinco meses después, el viceministerio de relaciones exteriores, a cargo de Jairo Montoya, remitió al nuevo representante de Colombia ante la OEA, Humberto de La Calle Lombana, una petición urgente del canciller Guillermo Fernández de Soto para que no se agotara el debate de fondo y la CIDH reconsiderara su informe. En su misiva agregó que la CIDH no tenía toda la información disponible del caso y que, a través del decreto 1592 de agosto de 2000, la administración Pastrana había puesto en marcha un programa de protección a los periodistas que probaba sus buenas intenciones. A partir de ese documento nada volvió a saberse sobre el caso Guillermo Cano en la CIDH.

Desde el crimen del abogado y periodista Héctor Giraldo Gálvez, la familia Cano desistió de asomarse al proceso porque no quería que nadie más fuera asesinado. La Relatoría para la Libertad de Expresión de la OEA realizó visitas al país en 2001 y 2005, pero en sus reportes no hizo alusión alguna al expediente. Nadie volvió a dar razones del informe y de este vacío incomprensible solo se vino a saber hasta 2017, cuando la Fundación para la Libertad de Prensa (FLIP), en cabeza de Pedro Vacca, conoció los pormenores de lo acontecido y constató que en algún anaquel quedó guardada una decisión trascendental para Colombia y la responsabilidad del Estado en la muerte de Guillermo Cano.

Un error que la CIDH asumió sin romper sus protocolos. Es decir, con la certeza de que procesalmente nada se puede hacer. En paralelo, el 2 de julio de 2010, el fiscal séptimo especializado en derechos humanos y Derecho Internacional Humanitario, Nelson Hernando Casas Puentes, produjo una decisión alentadora. Declaró que el homicidio de Guillermo Cano tiene categoría de crimen de lesa humanidad, y que, por lo tanto, la acción penal es imprescriptible. Ese anuncio creó una remota expectativa de verdad y justicia y la Fiscalía envió una carta rogatoria a la embajada de Estados Unidos para escuchar en declaración a un convicto colombiano extraditado.

El personaje resultó ser Félix Antonio Chitiva Carrasquilla, alias “La Mica” capturado en octubre de 2001 y extraditado en julio de 2002. Según la justicia norteamericana, este individuo perteneció a la organización narcotraficante de los hermanos Miguel Ángel y Víctor Mejía Múnera, pero conoció de las tratativas con diversas organizaciones de mafiosos, entre ellas el cartel de Medellín. Una expectativa judicial que se desvaneció cuando se supo que ya “La Mica” había cumplido su condena. El otro citado a declarar fue el tristemente célebre “Popeye”, que poco tenía para agregar a su larga fábula y falleció de muerte natural con su atado de verdades y mentiras.

Catorce años han pasado desde la declaratoria de lesa humanidad del caso Guillermo Cano por parte de la Fiscalía sin un solo avance. Ya son 38 años desde que ocurrió el magnicidio y cada vez son más remotas las posibilidades de verdad y justicia. Sin embargo, el Estado, en cabeza del Ministerio de Justicia que regenta el abogado Néstor Osuna, hará un acto de reconocimiento a la memoria del director de El Espectador que incluye aceptar las múltiples omisiones del Estado en la materia. Una pausa en el camino de la impunidad para volver a creer en la justicia.

Para conocer más sobre justicia, seguridad y derechos humanos, visite la sección Judicial de El Espectador.

 


































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